Cementerio de Queenstown

El viejo cementerio de Queenstown se encuentra casi por casualidad, pero también por obligación, ya que es absolutamente inevitable aparcar justo enfrente de él si queremos acceder a una de las principales atracciones de la ciudad, el Skyline. Situado en la parte más alta de la ciudad, después de cruzar el centro de ésta y dirigirnos colina arriba hasta la terminal del teleférico, tenemos una única opción de aparcamiento, y es en la explanada que se abre entre el cementerio y la salida de las góndolas que nos llevarán a lo alto de la colina. Conociendo mi atracción por los camposantos, mis acompañantes me cedieron parte de sus tiempo para que me metiera por los senderillos y pisara el cuidado césped que rodea las tumbas e investigara un poco. Remontándonos en la historia encontramos que el cementerio de Queenstown se fundó como cementerio minero, durante la fiebre del oro en los años 50 del siglo XIX justo en el sitio de la primera aldea minera de la región de Queenstown -Wanaka. Junto con los mineros llegaron los ganaderos de ovejas que convirtieron el pequeño poblado en una auténtica ciudad minera, con calles, edificios y varios miles de habitantes. La fiebre en la zona duró hasta entrado el siglo XX, cuando se agotaron los filones y la población decidió emigrar, quedando en la ciudad tan sólo unos 190 habitantes. Y claro, muchos de esos habitantes pasaban al otro mundo. Algunos, por voluntad de sus allegados, volvía a sus tierras natales para ser enterrados allí, otros, más apegados al nuevo mundo, el que con tanto sudor habían regado, decidieron que querían ser sepultados aquí. El resultado es una mezcla de estilos en las tumbas y sepulturas que nos hablan del tiempo que este cementerio lleva "habitado". La mezcolanza incluye las tumbas de dos hombres que sirvieron en las fuerzas de Nueva Zelandia durante la Primera Guerra Mundial, el artillero William McClelland y el soldado Alexander William Elliott, honrado por sus familiares y amigos en cada conmemoración de su muerte y tratados como héroes por sus conciudadanos. Niños, ancianos, adultos, mucha tumba kitsch, pero también elegancia victoriana en los mausoleos y tumbas familiares, le dan a este pequeño cementerio que parece internarse en el bosque al que da la espalda una aura especial. Si encima lo visitamos con un soleado día como el que disfrutamos nosotros, el camposanto se transforma en un canto al paso de una vida a otra, a los recuerdos, a la vida después de la muerte, a la existencia. Visitarlo y luego subir al teleférico es un poco sentir lo que sus almas cuando abandonan el cuerpo definitivamente y se dirigen a ese lugar del que nadie retorna.

O velho cemitério em Queenstown é quase por acaso, mas por necessidade, porque é absolutamente inevitável parque à direita na frente dele, se queremos acessar uma das principais atracções da cidade, o Skyline. Localizado na parte mais alta da cidade, depois de atravessar o centro dele e suba a colina para o terminal do teleférico, temos uma oportunidade única de estacionamento, e é na esplanada que se abre entre o cemitério ea saída do gôndolas que nos levará ao topo da colina. Sabendo minha atração cemitérios, meus companheiros me deu algum do seu tempo para me enfiar por senderillos e pisou no gramado bem cuidado em torno das sepulturas e investigar um pouco. Voltando na história, descobrimos que Queenstown Cemitério cemitério foi fundada como mineração durante a corrida do ouro na década de 50 do século XIX mesmo ao lado da primeira cidade mineira da região Queenstown -Wanaka. Junto com os mineiros chegaram criadores de ovelhas que transformaram a pequena cidade em uma cidade mineira real, com ruas, edifícios e vários milhares de habitantes. Febre na área durou até o século XX, quando os veios e a população decidiu emigrar, deixando a cidade apenas cerca de 190 habitantes estavam exaustos. E, claro, muitas dessas pessoas foi para o outro mundo. Alguns, pela vontade de seus parentes, voltou para sua terra natal para ser enterrado lá, outros mais ligados ao mundo novo, com tanto suor tinha regado, eles decidiram que queriam ser enterrado aqui. O resultado é uma mistura de estilos em túmulos e sepulturas que nos dizem sobre o tempo que este cemitério ursos "habitada". Miscelânea inclui os túmulos de dois homens que serviram nas forças da Nova Zelândia durante a Primeira Guerra Mundial, o artilheiro William McClelland e soldado Alexander William Elliott, homenageado por sua família e amigos em todos os comemoração de sua morte e tratados como heróis seus concidadãos. Crianças, idosos, adultos, muito graves kitsch, mas também elegância vitoriana em túmulos familiares e mausoléus, dar a este pequeno cemitério que olha para a floresta para dar de volta uma aura especial. Se nós visitamos ao longo de um dia de sol como nós gostamos, o cemitério torna-se um hino para a transição de uma vida para outra, memórias, vida após a morte, existência. Visitar e, em seguida, subir o teleférico é um pouco sensação que suas almas quando eles deixam o corpo permanentemente e de cabeça para aquele lugar do qual ninguém retorna.